Jóvenes migrantes venezolanos le apuestan a la integración y el desarrollo en La Guajira

Jóvenes migrantes venezolanos le apuestan a la integración y el desarrollo en La Guajira

Por: Asociación Salto Ángel

“Retribuir a Colombia todo el aprendizaje obtenido y prepararse para ser parte de la reconstrucción de Venezuela”, “dejar un legado a través del baile y demostrar que la calle tiene personas con talento”, “conseguir un estatus migratorio regular para poder estudiar y obtener una profesión”…

Estos son algunos de los sueños individuales que tienen Coralia Vásquez, Aldemaro Romero y Wiston Vásquez, jóvenes venezolanos que forman parte de más del 10 por ciento de los 232 millones de migrantes internacionales en general, y, siendo el grupo social con mayor movilidad, constituyen el grueso de los desplazamientos anuales de migración, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo.

Estos tres jóvenes llegaron a Colombia huyendo de la crisis que actualmente atraviesa Venezuela, buscando satisfacer las necesidades básicas de alimentación, salud, educación, trabajo y cumplir su proyecto de vida, que en su país no les estaba siendo posible. Con la firme intención de transformar esta realidad, cruzaron la frontera con una maleta llena de sueños y un objetivo en común, brindarle una mejor condición de vida a sus familiares que se habían quedado en Venezuela, un proceso con luces y sombras que han podido sobrellevar.

Un Corazón dividido entre Venezuela y Colombia 

Coralia Susana Vásquez Salazar, oriunda de la Isla de Margarita (Venezuela), movida por “la falta de oportunidades y crecimiento profesional como abogada” y la frustración por haberse graduado pero aun así no poder desarrollarse en su carrera como esperaba, aunado a los bajos ingresos a través del poco trabajo que lograba tener.


En medio de la migración, se encontró con barreras y dificultades para trabajar de manera profesional porque, hasta el momento, no ha podido convalidar su título.

Sin embargo, en Colombia —gracias a sus raíces paternas que la conectaban con esta tierra— obtuvo la nacionalidad que le permitió asentarse con facilidad en este nuevo entorno que se asemeja a su isla natal; su liderazgo innato, que le fue fundado en el seno familiar y que la llevó a liderar escenarios políticos durante su formación profesional, la ha mantenido conectada con las acciones sociales.

Y es así como llega a formar parte de los tantos profesionales vinculados a la Asociación Salto Ángel, que le permite estar conecta con sus ideales: “he conocido personas maravillosas, grandes opciones de trabajo como, por ejemplo, ser colaboradora en organizaciones como la Asociación Salto Ángel, en la cual he tenido la oportunidad de conocer y ayudar a otras personas”.


Es inquieta, extrovertida, conversadora, con grandes sueños, entre ellos aportar a la reconstrucción de su añorada Venezuela. Es por esto que cree en la integración y el desarrollo de sus connacionales muy a pesar de la migración, viendo esto como una oportunidad para reinventarse y avanzar.

“Hay que entender que hay venezolanos con cosas buenas y hay otros que han hecho cosas malas. Sin embargo estoy en contra de todo tipo de discriminación ya sea por raza por color de piel o por el lugar de donde vengas. No estoy de acuerdo. Por eso, en mi proyecto de acción social, atraigo a muchos a la integración, porque todos somos iguales”.

Sobre su contribución desde su llegada al territorio fronterizo, considera que lo ha hecho bien, porque está enfocada en lo que le gusta, “me llena poder colaborar y retribuir a Colombia todo lo que me ha dado, pero sé que no lo he hecho hasta el tope, siento que tengo muchos planes, acciones y proyectos que realizar dentro de este país para devolverle todo lo que me ha dado, he aprovechado lo que llega a mi vida de la mejor manera, siempre como dice mi hermana, metiéndose en todo, en cualquier proyecto, en cualquier iniciativa y colaborando lo más que pueda”.


En la actualidad, Vásquez trabaja en una empresa de eventos, en donde se desempeña como la coordinadora de logística y, adicionalmente, tiene su emprendimiento que nació en pandemia. Debido a que los eventos se vieron afectados, tuvo una idea que decidió emprender en compañía de su hermana.
“Dulce sorpresa surge en época de pandemia, mi hermana se quedó sin trabajo. Yo prácticamente también porque no se podían hacer eventos, no podía haber aglomeración, entonces digamos que no fue ni planeado. El Día de las Madres del año pasado sentíamos que debíamos hacerle un detalle a las madres que eran cercanas y no teníamos para darle y decidimos hacer una chicha venezolana con unas galletas que horneamos y decoramos y a todos les gustó”.
Indicó que durante el 2020 la Asociación Salto Ángel la contactó para ser postulada al proyecto LISA, ya que vieron en Coralia un liderazgo que se debía mostrarse a otras personas. “Estoy muy agradecida por ese lindo gesto”.
Coralia no para, actualmente estudia Negocios Internacionales en la Universidad de La Guajira y, paralelo, estudia dos diplomados, uno en Liderazgo Político Juvenil y el otro en Innovación Social con el programa de Acdi-Voca.

Sobre su futuro aseguró que se ve primero “alcanzando todas esas oportunidades” y creando su propia fundación para ayudar a otras personas. Anhela poder convalidar su título universitario que le permita especializarse y “hacer una maestría en algún lugar del mundo”, lo que le permitiría seguir ayudando y sobretodo, motivar a que otros ayuden.


Entre el andar de la migración y su experiencia, le aconsejó a quienes dan el paso de irse de su país: “No se rindan. Sé que es difícil dejar la casa, su tierra, dejar a su familia, es muy duro dejar a los amigos, dejar tu forma de ser, tu cultura, todo lo que tienes y comenzar de cero, lo que significaba poner todo en una balanza y fue complejo, pero sí se puede, uno tiene que entender que estando en el exilio fuera de casa uno se prepara para recuperar a Venezuela”.

Pasión y motivación por la danza: talento de calle

Catalogado como una persona que “siempre busca dar, más que recibir”, Aldemaro Romero migró desde Venezuela a Colombia en busca de mejores horizontes. No obstante, su amor por la danza nunca murió, sino que al contrario, tomó más fuerza.


Desde los cuatro años de edad, Romero estuvo en varias ciudades de Venezuela, expresando su pasión por la danza, pasión que aún sigue viva pese a la migración. Cuenta que en su camino no todo ha sido color de rosa, porque por mucho tiempo ha escuchado las críticas que han recibido sus compatriotas, lo que le permitió reafirmar la idea de edificar sus bases de solidaridad y ayuda en este nuevo territorio para demostrar que los “buenos somos más”.


“Me considero un ser humano que vino al mundo a soñar hasta morir. Mi amor por la danza despertó el proyecto Talento de Calle, debido a la necesidad de expresión que no tenían las personas vulnerables en territorio guajiro. En este caso había afrocolombianos, venezolanos, distintas personas que querían unirse a este proyecto.


Romero relató que fue testigo de cómo los niños, por su zona de residencia, sufrían los estragos de la falta de alimentación y la extrema vulnerabilidad, “Talento de Calle se originó, primero que todo, como un grupo de niños y jóvenes que nos dedicamos a buscar el pan diario, a través del baile, la actuación y coordinando eventos, pero luego se proyectó a una acción más amplia desde lo social que actualmente está en conformación y desde donde espera contribuir a la cultura local desde la inclusión e integración”.


“Con mi proyecto Talento de Calle, las oportunidades serán muchas, más que todo en el área de la cultura y la expresión en las calles acerca de lo que es la danza contemporánea, la cumbia y la champeta, los cuales han sido género que han predominado en la tierra donde vivo y de la cual he aprendido mucho. Eso es de mucha contribución, en el compartir de conocimientos con otras personalidades que diariamente se dedican a lo mismo que tú qué es la danza, lo estoy aprovechando al máximo para fortalecer este proceso”.


Con esta iniciativa Arturo Romero fue focalizado por la Asociación Salto Ángel, con quienes se sintió identificado y pasó a formar parte de la Red de Voluntariado, participando activamente en las diversas acciones lideradas por la organización, con su muestra de talento: “la Asociación para mi representa una familia, una ventana de oportunidades que me ha permitido participar en programas de formación, en proyectos como Somos Enlace y el proyecto LISA. Estoy y estaré eternamente agradecido y trabajando de la mano con ellos”.

Su principal objetivo es hacer un trabajo colectivo y concretar sus raíces y sueños para poder ayudar a las demás personas, “esto empezó como algo muy pequeño, ahora se ha vuelto algo más grande que cada vez más personas se dan cuenta que estoy trabajando, que me estoy especializando y que estoy ayudando a otras personas en este ámbito”, actualmente son 35 niños y niñas que forman parte del movimiento que impulsa a las y los jóvenes a soñar y a reafirmar su liderazgo dentro del área artística.


Aldemaro, además de ser coreógrafo y bailarín, se destaca como productor audiovisual empírico, cuyos contenidos se pueden ver en sus redes sociales y actualmente se forma en un diplomado en liderazgo con lo que espera reafirmar y alcanzar sus ideales sociales.


“Sigo trabajando en mis producciones audiovisuales por Youtube. También estoy estudiando. En un futuro siempre me he visto cómo esa persona que dejó un legado en el lugar donde vivió, dejó su manera de expresarse y siempre defendiendo las cosas como si fuera una democracia. Para mí, la danza es una democracia. Más allá de años de experiencia en muchos eventos deja emociones cumplidas”.


Romero se ha caracterizado por tener un lado humano, teniendo un mensaje para más jóvenes que como él están migrando: “para esas personas que están migrando y creen en Dios, es él quien todo lo puede y realmente él me ha demostrado de que no vale ni el oro, ni la plata, sino su poder. Considero que estoy aquí gracias a él y que no tengan miedo a migrar y cambiar, siempre abran los horizontes y sus alas, recuerden que las aves que migran en el verano y vuelven en el invierno no son del mismo color”.

El sueño de una profesión y un emprendimiento por consolidar

Wiston Enriquez Vasquez Chirinos llegó a Colombia cuando tenía 21 años, su primer destino fue la ciudad de Santa Marta, sin embargo, pocas fueron las oportunidades que encontró en ese territorio, razón por la cual decidió buscar otros rumbos.

Así llegó a Riohacha por invitación de un amigo que lo ayudó a encontrar un empleo en una empresa de diseños.

Es oriundo de Cabimas, una ciudad del estado Zulia en Venezuela. Su sueño de culminar una carrera de Comunicación Social se vio truncado por la crisis económica de su país, el poder adquisitivo de su familia fue disminuyendo poco a poco. Ante este panorama, su primera decisión fue empezar a buscar oportunidades de empleo, la idea de emigrar era una posibilidad pero aún no estaba convencido de dejar a su familia.


Aún así, la crisis se volvió cada vez más compleja, aunque estaba aportando un ingreso para su hogar, no era suficiente, “conseguir un plato de comida para que comiéramos seis personas era difícil, recuerdo que había días que mi mamá dejaba de comer para darnos a nosotros” expresó Wistón. Situaciones como estas fueron repetitivas y se convirtieron en el detonante para que su papá y su hermano mayor tomaran la decisión de dejar Venezuela; tiempo después sería él.


En febrero de 2019 este joven tomó su bolso, una muda de ropa, una cobija y una almohada para cruzar la frontera, en sus bolsillos solo llevaba los pasajes y como único alimento para el viaje unas “mandocas” que le preparó su mamá, a quien no quería dejar, pero fue precisamente ella quien le dio la bendición y lo animó a buscar una mejor calidad de vida.


Estar de manera irregular en el país se convirtió en una de las barreras más importantes estando en Colombia, ya que no podía optar a un trabajo de manera formal o bien remunerado, enfrentarse a la xenofobia y al rechazo por ser migrante, también fue un reto en el territorio.


Ganarse la confianza de cada una de las personas a las que conoció no fue cosa fácil, sin embargo, las ganas de salir adelante y trabajar por ganarse diez mil pesos diarios para la comida del día, el pago de servicios y enviarle a su mamá a Venezuela, era una prioridad. Al comenzar la pandemia la situación que venía mejorando cambió nuevamente, se había quedado sin empleo. Lo que en adelante le esperaba era incierto, pero se sentía motivado a buscar alternativas para mejorar su situación.

Bien dicen que las mejores ideas surgen en momentos de crisis. Fue precisamente en medio de toda la situación por el confinamiento que Wiston y un amigo hornearon un pan en una olla arrocera, luego postres y tortas que comenzaron a comercializar entre los amigos más cercanos, esto le abrió una oportunidad, aunque no contaba con los implementos, su idea estaba ya fundada.


Para el día de los enamorados del año 2020, en plena pandemia, una amiga les pidió vender porciones de torta, fueron 600 porciones en total que ayudaron a apalancar este emprendimiento que actualmente es conocido como “Chocox”, pues la especialidad son tortas de chocolates que ofrece a buen precio a través de redes sociales y grupos de WhatsApp.


A la par de este nuevo emprendimiento también se empezó a vincular con la Asociación Salto Ángel haciendo trabajo voluntario en la sala situacional instalada por esta organización como mecanismo para dar respuesta a la población migrante en medio de la crisis por la pandemia.

En esos días también fue invitado por el equipo que lidera la Organización a participar del proyecto “Somos Enlace” en su primera fase participando en la formación, producción y creación de contenidos para esta red de ideas.

Esta experiencia despertó nuevamente la ilusión de obtener un título profesional, por eso espera regularizar su estatus migratorio para convalidar su bachillerato y seguirse formando académicamente, aunque considera que tiene talento para la decoración de tortas y repostería, sigue anhelando el día en que pueda estar nuevamente en un aula de clases y concretar su proyecto de vida.


Con más de dos años en Riohacha este joven sueña con seguir consolidando este emprendimiento y tener un local donde las familias puedan comerse una torta, tener un espacio de integración familiar. De igual modo, espera organizar una escuela de repostería para niños, niñas y jóvenes y motivarlos a materializar y demostrar su talento.

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